jueves, 21 de abril de 2022

R.R

 

         


 

El cuero, la carne

la piel blanca tras unos ojos tristes y azules.

El odio por impotencia

y el miedo de no saber decir lo siento.

Te siento,

acá

en mi pecho,

y se tranca mi garganta

y se entrevera en los laberintos

de tus tripas entintadas de vino.

 

Pero me queda tu sonrisa

el filo de tu lengua incendiaria

arropada en lágrimas de madrugadas,

en la sangre de tu sangre

en el abrazo y el bar,

en miles de tardes

bajo los árboles resecos de la plaza.

 

Ahora a descansar

a dejar que se mueran

tus demonios de aburrimiento,

los peleaste con lo que pudiste

contra el viento, contra todo. 

 

Ellas te guardarán

las ropas manchadas de pintura

las escaleras al cielo,

los besos de consuelo

que no llegaron a salir de vos

por no saber decir lo siento.

 

Te siento acá

en el pecho

en la garganta,

en el veneno, en el destino

de otro maldito vaso de vino.

 

Salú Rober.

 

 Música: El 38 - Divididos

fino.

                                          Agosto 2021.

 

viernes, 8 de abril de 2022

Negro o Blanco.

 

                           

 

Si es blanco o si es negro

las patas de la sota, el canasto de mimbre

los matillazos contra la pared

los perfumes de diciembre

estamos rodeados, con sed.

Alguna vez renunciamos

otras volvimos a creer

ya me dirás algùn día el porqué.

Las brasas indestructibles del espanto

sin tus manos se agigantan

sin tus manos me abrasan.

Si las muertes, si la vida

entramando sueños y pesadillas

nos bañan de realidad,

igual insistimos...aùn

insistimos en amarnos

sin tocarnos

sin hablarnos.

Todas las sombras e ilusiones

viven bajo nuestra piel

algún día 

algùn día me dirás el porquè.

 

fino.


            Música de fondo: Céu azul - Charlie Brown Jr.

 

 

 

 

miércoles, 23 de marzo de 2022

Gloria, Rosas y Espinas.

                                                        

                                                               


La tarde baja lenta

chorrea por las paredes

de nuestro cuarto,

cae goteando palabras

fragmentos de espinas filosas.

Amarte

besarte

y dejar algunas rosas

a los pies de la cama.

Es nuestro camino

rosas, espinas

horizontes y esquinas.

Ahora

la luz titilante de una vela

se refleja en las copas vacías.

Amor, que me ames es mi suerte

es mi suerte

amor, que me ames

mi suerte amor es amarte.

Descarrilar en tus brazos

avanzar sobre tierra sedienta,

otros tiempos llegarán

otra carne nacerá

carne de mi alma y de tu sangre.

Una flor

una cruz

un amor

quemando las cortinas,

mis piernas

tus piernas.

Imagino,

solo imagino...

no hay error.

 

fino.   Collage : Lily Gar.

Mùsica de fondo: Embers - The Cult.

 

sábado, 12 de marzo de 2022

Sin final.

 

Ella llegó hasta el bar. Dejo su bolso en una silla desocupada, colgó el abrigo en el respaldo y tiró las llaves sobre la mesa. Recién ahí lo miró a los ojos y, como si despertaran juntos cada mañana, lo saludó.

-Buenos días amorcito ¿Como estás?

El, postergando las palabras, optó por acercar su boca a la de ella y, con el deseo de quien saborea una fruta prohibida, la beso con ternura, con calma. Despegó sus labios, separó su cara apenas unos centímetros y aun con los ojos entrecerrados respondió:

-No tan bien como vos, pero estoy.

-Gracias por venir, en algún momento dude que quisieras hacerlo.

-Dejate de bobadas. Sabes que es solo chiflar y este perro corre a tu falda.

-¡Que boludo que sos!

-No te hagas la sorprendida. Entre todos los trofeos de tu vitrina, este es el que más luce y dos por tres cuando te das un respiro, le sacas un poco de brillo.

-¡Que tarado!

El llamó al mozo, que sin ganas de dejar de mirar el partido en la televisión colgada de una de las paredes del local, se acercó con aires de suficiencia.

-¿Que se va a servir la dama?

-Tráigame un café por favor.

-Como no. Enseguida.

-Y bueno, por fin podemos encontrarnos –dijo Marcos, intentando concentrarse en otra cosa que no fuera el rostro radiante de Silvana –mejor contame... ¿Como estás? –preguntó con premura.

-Estoy bien. Tranquila. Vos sabès que me repongo rápido de las caídas, y lo de encontrarnos nunca está de más ¿No?

-Claro que no. Claro que no. –afirmó Marcos, al tiempo que sacaba sus ojos de los de ella y respiraba profundo, muy profundo, buscando alivio. Alivio de su cara divina, de sus ojos negros, de su pelo cayendo sobre los hombros. Silvana le contó que estaba de nuevo en Montevideo desde hacía diez días y que no había encontrado antes la oportunidad de contactarlo. Ella había borrado sus e-mail, no tenía el teléfono que algunas vez había conseguido. Así que desde que estaba en la ciudad había merodeado los lugares que sabía que el frecuentaba, el parque, el barrio, la rambla y sobre todo las calles del centro. La solución fue citarlo por un amigo en comùn.

-Demoraste –dijo Marcos, mientras ella hurgaba en su bolso buscando los cigarrillos y el encendedor. Ella mantenía la costumbre de fumar, de fumar mucho.

-Si, me fue difícil encontrar el momento. Quería estar tranquila para que pudiéramos hablar largo y tendido, pero me fue imposible. Apenas me dio para arreglar este encuentro.

-¿Viniste con él, verdad?

-Si.

-Me imaginé. No me costó comprenderlo.

-Lo sé.

-Y ahora ¿tenés tiempo de quedarte un rato o vas a desaparecer cuando den las doce?

-Siempre igual vos, no cambias más, eso hace que te siga amando.

-Cuantas confesiones en pocos segundos. Decime: ¿Como estás?

-Estoy bien. Pero no me gusta ocultar cosas, esto se parece un poco al pecado y me pone inquieta.

-¿Por qué te arriesgas, entonces, a hacer cosas que pensas que no están bien?

-¿Me estás tomando el pelo? ¿Que me preguntas bobito?

-Bueno, sucede que pasó mucho tiempo para vernos y todo está tan raro. No sé. Todo es difuso, no sé si esto que estoy sintiendo y viendo es real o lo estoy soñando.

-Lo mismo me pasa a mi. Es que cuando se espera tanto tiempo por algo, se imagina muchas veces y es difícil que todo sea perfecto. Quizás seamos nosotros mismos quienes malogremos este momento tan ansiado ¿No te parece?

-Es muy probable.

Marcos no sacaba los ojos de Silvana, la miraba hablar y fotografiaba todos los detalles, su pose, su modo de mover las manos, como pronunciaba cada palabra, quería atrapar cada gesto de su rostro. La deseaba cada vez más, más que siempre.

-Decime Sil ¿Ella, como esta?

-Divina. Carolina es divina, tiene tus ojos, tu sonrisa, es por eso que siempre estuviste conmigo. En estos años estuviste más presente de lo que te podès imaginar. Debe ser por eso que me fue imposible olvidarte. Solo lo hago de a ratos. Y es peor cuando pienso que dejamos muchas cosas inconclusas. Cada tanto todas ellas vuelven a aparecer, vuelven a desestabilizarme, me  revuelven la herida y hace que todo esto no termine nunca. En gran parte esa es también la explicación por la que hoy estoy acá, y de que quiera hacer cosas que no están bien. Soy capaz de engañarlo.

-¿Engañarlo? ¿Tomar un café y hablar conmigo, es engañar?

-Quiero llegar mucho mas allá, no te hagas el tonto. Acaso... ¿no querés que nos besemos hasta reventar y que eso nos lleve a cualquier otro lugar?

-Es que todos estos días esperando, me hicieron pensar muchas, muchísimas cosas.

-¿Que pensaste?

-En que si estar juntos por unas horas no nos hará mal. ¿Este instante tiene sentido? ¿No nos hicimos mucho daño ya? ¿Podremos seguir cada uno en la suya, como si no pasara nada? ¿Vos podrías seguir tu vida, como si este encuentro no ubiese existido? ¿Podrìas hacerlo?

-No se si puedo, solo se que te deseo y eso puede mas que mil dudas o mil preguntas. Ahora solo quiero estar con vos. Acariciarte, besarte, hacerte el amor hasta agotarme, quedarme abrazada y pegada a vos, como antes.

-¿Como antes? El antes ya pasó Silvana. El antes ya pasó.

Silvana revolvió el café que se enfriaba en la taza inmóvil, buscaba en el silencio alguna palabra para poder continuar. En su garganta se iba formando un nudo que oprimía y le cortaba el aire. Con el movimiento circular de la cuchara buceaban en el líquido sus ojos, imaginaba el cuerpo desnudo de Marcos. Quería dejar atràs todas las barreras que pudiesen existir, todas las dudas. Solo desaba ser amada por él, y la urgencia ganaba terreno a toda velocidad entre los años perdidos.

-El antes quiero revivirlo ahora Marcos. Necesito tenerte dentro de mí, necesito completar mi vida, solo vos podes hacerlo. Es solo con vos, aunque solo sean unas horas. Quiero sentir todo nuestro mundo en mi. Como cuando llegó Carolina, como cuando comprendí que fuiste lo más importante en mi vida echa de retazos. Necesito volver a completarme. Necesito que me ayudes.

Marcos se llevo las manos a la cara, luego revolvió su pelo con los dedos crispados, la miró a los ojos con amor. Comprendió que en ese instante, una vez más su vida daba un vuelco que no estaba esperando y por más que pasaran los años, ella estaba desarmándolo.

Ella otra vez,  desarmándolo.

 

fino.

                                                       Del Libro: Mil Bares.

Mùsica: Donde no se lee - Spinetta.

viernes, 4 de marzo de 2022

Redimirnos.

           

                                        


                              

Como en una emboscada

quedamos frente a frente

después de cien años

y mil madrugadas.

Cinco o seis besos

murieron atrapados en mi boca

sin llegar a silenciarte,

solo ecuchamos la voz

desbocada de nuestro corazón.

Viniste libre

calma

en silencio

a dejarme para siempre,

a dejarme

con las cartas jugadas

sobre mis pobres deseos

que fueron aplastados

por las marcas de tus uñas.

Adiós,

en silencio

y para siempre.

Adiós,

lloro en silencio,

para redimirnos

para siempre.

 

 fino. 

               Mùsica de fondo: "Ordinary World"  - Duran-Duran.

 

viernes, 18 de febrero de 2022

Barro Plateado.

                                

 

La luna tormentosa está atravesando las nubes que poco tienen de algodón, son formas extrañas fundidas en acero. Pero mirando más aquí que allá, asoman y se dejan ver por las esquinas los restos de mi futuro perdido. También veo siluetas femeninas enroscadas en ropas ajustadas y vagabundos presos de un pasado mejor... y la locura, veo su locura en esas palabras que tiran al viento sin significado aparente, con la vida clavada entre los dientes. Salgo de la penumbra, de la bruma de esta calle endiablada y camino lento sobre baldosas pegajosas, traicioneras. Justo ahora se descarga una llovizna mentirosa que levanta desde el suelo el vaho sofocante de otro día de calor. Tengo hambre y sed, pero asesinaría por una cerveza helada.¿Señora, me daría algo de dinero? No corra, era solo una pregunta, soy incapaz de matar a nadie. Creo. Pasan algunos autos perdidos a poca velocidad, desde las ventanillas, los conductores, buscan en el silencio una mirada de la cual se puedan enamorar o simplemente jugar al amor. En una noche así todos creemos en los milagros. Todos esperamos un milagro. No hay colores, tampoco oscuridad, las luces se suceden como un atardecer indecente que nunca dejará de ser alba. Decidí hundirme, dejar que las cosas sucedan y no pensar más en él, al final de cuentas él tampoco piensa en mí. No estoy para bares ni para penas ajenas, estoy pensando en deshojarme sin la necesidad de buscar consuelo. Sigo caminando lento, mirando los edificios, las paredes mojadas de las casas y sus rejas, y los alambres retorcidos entre los que casi todos los seres vivos duermen. Son las tres de la madrugada. Unos perros ladran acompañándome en el camino mientras pateo una piedra que va anticipando mi recorrido. Allá abajo se ven las luces de la rambla. Allá abajo existe otra claridad y no estoy dispuesta a mezclarme en su pulcritud. Giro en la primera esquina dejándome llevar, otra vez. No estoy segura de ser yo misma, ni que la sombra que se arrastra bajo el farol al atravesar su luz sea la mía. Nada de eso me muestra sincera, solo sé que no soy feliz. Estoy aterrada y mis manos se retuercen dentro de los bolsillos apretando el aire preso en las pelusas del diablo. Nunca dejaré de ser una mascarada, aunque me obliguen a eso. Nunca dejaré de buscar en las sonrisas el alivio al dolor que produce la muerte, y a las patadas en el culo que caen tan lacerantes como esta lluvia. Aunque duela, aunque sangre, solo así se puede sanar, retener y transformarlo todo en un diamante ¿Querès ver mi collar? No solo son caracoles o cintas de colores, son la vida en la vida, la vida en la muerte y el fulgor de los ojos más amados. Nunca dejaré el circo y las ropas de color. Soy una melancólica y aburrida mascarada, para no desafinar con el plagio de vivir. Sirenas de patrulleros rompen la calma, también escucho gritos, ruidos de vidrios rotos, y más a lo lejos disparos, al parecer no soy la única que esta en problemas. Respiro, me quedo en paz. La tormenta se hace más profunda, los truenos y los relámpagos tapan todas nuestras pobres penas. El cielo es más fuerte y poderoso que cualquier dolor de los mortales. Así lo dice el libro sagrado, si es que aun existen los libros. Es la hora de los charlatanes y los predicadores de la tele, es la hora de los juglares malditos del alcohol, pero tengo poca paciencia para jugar a las adivinanzas mientras que el cielo llore así de desesperado. Cuanta fragilidad y degradación en mis championes agujereados que van flotando sobre el camino mojado. ¿Acaso es esto lo que hiciste de mí? Yo también te hice mucho daño y te pido perdón. Sé que es tarde y que todo lo que diga o pueda decirte ya no cuenta, pero mi lengua no solo sembró pánico en nuestra huerta. Me subo el cuello de la campera para atenuar la mojadura. No tengo paraguas, cuando los tuve los perdí. Necesito mis manos para otras cosas. Estoy cansada y con el cerebro frito de tanto pensar, solo quiero mirar hacia el cielo y volverlo a encontrar estrellado, sin este barro plateado. Es hora de volver a ninguna parte, a ningún lugar y olvidar ninguna tristeza, ninguna sed, ninguna oscuridad.

 fino.                          Del Libro: Mil Bares.

viernes, 28 de enero de 2022

Matando nuestro amor.

                                                   


     

Camino en la noche

por calles tristes y frías,

caigo en lúgubres bares

y esas caras sin amigos

van buscando otra vida

en un vaso-beso de terror.

Camino olfateando el temor,

camino tras de ti,

camino por los límites de tu cuerpo

hacia senderos regados de sangre.

Voy hacia donde las cosas se rompen,

hacia el desmadre

      donde no se escucha más que llanto

donde no importan los luminosos

       ni los anuncios presos de espanto.

Ahí es cuando me relamo,

llorando,

matando nuestro amor.

La calle es un espejo

y las ventanas miran hacia aquí,

camino lento

babeando,

asechando.

Camino

por tu espina dorsal,

me relamo

llorando,

matando nuestro amor.

 

fino.

 

Música de fondo:  Hey – Red Hot Chili Peppers

 

lunes, 24 de enero de 2022

Herederos del Kaos... Gracias.

                                              



 

Un saludo y un abrazo gigante a los amigos

de Herederos del Kaos ( Barcelona, España)

por publicar y difundir mis textos.

Abrazo sincero... Gracias. 

fino.

 

https://bit.ly/3rtwzKH

jueves, 13 de enero de 2022

En el vuelo de un Ángel Negro.

                             

                                                           

          (A Gonzo. Por tu vida hermano.)

Lo que más me dolió fue no estar ahí para pararlo y abrazarlo.

Lo imagino modelando el instante previo, cayendo en las garras de la angustia.

Sé que debería estar desesperado. Cuando llevo mi mente hasta los tiempos en que caminábamos juntos, cuando el amor y la amistad nos rodeaban como una coraza indestructible, vuelvo a escuchar su respiración acomodándose al ritmo del camino y de las ideas que amasábamos como pan. Aquello era todo, lo valía todo. Éramos fuertes y uno. Pero esto fue la nada, y también caigo en esa nada.

Cierro mis ojos y lo veo llorando, cantando con los dientes apretados su melodía preferida. Era su manera decir con músicas cada uno de los momentos de la vida. Veo su mapa, su pista y sus medallas. Lo veo como si estuviese ahí, con las manos vacías, crispadas y preguntándose las razones. Hasta que decidió dejar caer toda esperanza en el saco roto de una soga.

Irrumpo en las paredes descascaradas del cuarto oscuro en las que se fundían sus fantasmas congelados. Araño los rincones en los que monstruos le bailaban en círculos concéntricos a milímetros de su cuerpo flaco y herido. Veo sus ojos verdes y hermosos, apagándose al anestesiar de un trago largo la resaca lacerante que arrastraba desde hacia cientos de años. Lo presiento acercándose al balcón apagado que daba hacia ninguna parte, hacia ninguna luz, ni pura ni artificial. Sè que miró la fila interminable de autos que se amontonaban en la calle, veo en sus ojos esos coches fúnebres dentro y fuera de la pieza.

Sé que encendió ese milésimo cigarrillo y que le temblaba en sus labios finos y morados, y por sus mejillas veo cayendo lágrimas pesadas, grasosas.

Sé que de espaldas a la calle apoyó los codos en la baranda y miró hacia la habitación minúscula, hacia las paredes gastadas, escritas y dibujadas a botellazos de vino tinto y agrio. Estaba cansado de pensarlo. Era el día.

Fue hasta la pared que sostenía la puerta del baño, buscó un lugar en blanco. Escribió un poema desesperado y maldito. Bebió de otra botella, de la que estaba casi repleta y puso otra canción. En una hoja limpia e indecente escribió los motivos y las mismas palabras que nos había repetido en los últimos dos años. Fue desprendiéndose de su soledad y de la maraña de imágenes que el cerebro le vomitaba cada maldita vez que se emborrachaba. Escuchó el disco rayado de la pena, de la noria y la impotencia. Escribió y, como siempre, mezcló la letra de alguna canción. Como siempre.

Y fijó la vista en el techo, en el anclaje de la lámpara, en la resistencia al peso muerto de los huesos y de su carne en llaga viva, invisible. Y subió a la silla, y se anudo a la desesperanza. Y lloró por ella, por su soledad, por no haber encontrado la salida del laberinto. Gritó. Reventó. Nos borró en el vuelo de un ángel negro.

A miles de kilómetros de distancia, a décadas de una amistad emparchada, frágil y quebradiza, mi alma llora porqué mi amor fue en vano e insuficiente a la hora de abrazarlo.


fino.                  Del libro: Mil Bares.

Música de fondo: Like a Stone - Audioslave.

 

Máscaras.

 

Voy rasgando y tirando mis máscaras en la calle, la de mi cara, la de mis bolsillos, la de mi cabeza y mi alma. Listo, ahora están desparramadas, volando por ahí, por esquinas, por veredas y cordones. Verás flotando en el aire mis interminables caretas o las verás acumuladas sobre suelos dispersos, en el filo de las baldosas o encima de este asfalto triste. Eso me da la certeza de que ellas siempre estarán conmigo. Mis máscaras y yo. Indisolubles, reflejados, sin necesidad de espejos. Somos conocidos hasta el hartazgo, sentenciados en esta ciudad gastada, ciudad que otra vez  vuelve a estar aplastada por traficantes de sueños y seres mezquinos que nos van asando a fuego lento. Mis máscaras, ellas y yo, enchastrando lo poco que quedaba  limpio. Afuera cae, al menos eso veo, una lluvia infinita que ahoga los ecos de mis deseos muertos y aquí adentro voy perdiendo la verticalidad, reboto contra las puertas, contra los muebles y las paredes, vuelco los vasos y derramo el alcohol, germen de tanto mareo. Reboto, invisible. Solo me queda masticar, desempolvar, amarrar y soltar la maldita cuerda del tiempo. Acá encontré más,... más máscaras, más espacios que completar, mientras se van secando los pétalos de las rosas que volqué dentro de tu taza de café. Vuelvo a masticar, a despellejar el cartón y el plástico podrido de otras máscaras que otros dejaron en la calle donde mueren los misterios y los rayos escasos de la felicidad. Soy una sombra con heridas que va más profundo que la carne, que también está podrida. Masticar, lamer los perfumes del trance, intentar esquivar la trampa impiadosa de ansiar permanecer en vos, aunque ya no estés. Tiro mis máscaras en las calles y vomito lo que me queda de esperanza, pero soy previsible y en ellas se ve cada partícula de mí. Previsible, todo volando por ahí, chocando, violando la pulcritud insana de otros cuerpos vivos. Mis máscaras. Simple, mis máscaras. Yo.

fino.           Del libro: Mil Bares.

Música de fondo : Lost in you- LP.


martes, 11 de enero de 2022

No Veo.

 

                                                              


No veo.

El cielo y las nubes se escondieron tras un velo, que es oscuridad.

Tal vez metiendo los dedos en el enchufe o vaciando la botella de veneno pueda encontrar el antídoto imperfecto. Debo buscar aunque más no sea un crepúsculo, una pincelada lejana de luz en el vuelo de un ave.

No veo y creo que es para siempre, o eso siento.

Pero todo continúa, voy a tientas mientras escucho voces más allá de no sé donde. Escucho rumores, cataratas y estrellas reventando en el infinito, sin mis parpados ni mis retinas. Tengo miedo. Perdí el olfato y los aromas son extrañas oleadas de aire encajonado recorriendo mis fosas nasales.

Nada, no puedo saber por donde voy caminando. Reconocerme en un trozo de papel gastado ya no será posible, tampoco lo será morder pétalos de rosas hervidas bajo algún rayo de sol.

Sopa fría, acero caliente, soledad.

Ahora los ruidos, el crujir las ramas aplastadas por el silencio, la mente muteada por alguna llave mágica.

No veo... y nunca volveré a verte. Te fuiste para siempre.

Me dejo caer, sin conexiones, sin tiempo ni voluntad de escarbar en la posibilidad de otro fracaso. Tengo miedo y lo peor es que te seguiré amando aunque nunca vuelva a verte.

Tengo pánico y unas incontenibles ganas de gritar:

-... -.

  

fino.       Enero 2022.

Música de fondo: Sozinho - Caetano Veloso.

 

 

lunes, 20 de diciembre de 2021

La Antesala.

 

 

 

Todos los asientos estaban ocupados y la antesala, sudorosa, olía raro. El aire acondicionado musicalizaba la tensión del ambiente. Diez personas esperaban sentadas en bancos enfrentados, paralelos separados en dos filas de cinco en esa habitación de seis por cuatro. Las paredes blancas y solitarias, eran interrumpidas en su dureza por el aire mecánico colgado, casi tocando el techo en una de las paredes, en otra de las paredes un reloj y la foto lúgubre, amenazante, de una enfermera solicitando silencio desde su dedo índice formando una cruz con la boca. El calor, la impaciencia, el cansancio y aburrimiento eran la carga invisible de todos los que esperaban. Cada tanto se abría una de las dos puertas de la sala y una voz recitaba un apellido y un versito monocorde que todos conocían: solo media hora, luego debe retirarse. No había excepciones, nadie las pedía, fuese Gonzáles, Méndez, Martínez o Cruz, quien ingresaba asentían en silencio, atravesaba la sala y se perdía tras la puerta. En ese mismo instante, por la otra puerta ingresaba una nueva persona a ocupar el puesto libre completando la decena. Ese era el mecanismo, uno regresaba luego de media hora y otro ingresaba como recambio. Mecánico, todo mecánico. Hasta que dejó de serlo. La media hora se extinguió y Pereira, que había atravesado la puerta, no volvió a aparecer, como si se hubiese disuelto en las entrañas pegajosas de un monstruo. En ese momento de cambio, de los nueve que estaban esperando a ser llamados, ninguno se percató del leve movimiento en los ojos de la enfermera encuadrada en la pared, ni del sutil esbozo de sonrisa bajo el dedo prohibitivo que exigía silencio. Tampoco nadie notó el guiño rojo y fantasmal de la luz, que durante un micro segundo iluminó el techo. No se  cruzaron miradas sospechosas, asombradas, tampoco hubo desconcierto cuando se escuchó la voz llamando desde la puerta semiabierta a Morales sin que nadie entrara por la otra puerta para ocupar el lugar vacante. Morales ingreso. Las miradas barrían el piso. Ahora eran ocho. Un hombre de sombrero negro de ala ancha estornudó y se llevó rápidamente la mano temblorosa y arrugada hacia la boca intentando, en su recorrido, atrapar los restos del aire encapsulado en burbujas diáfanas que flotaban alrededor de su cara. Una anciana de saco rojo movió sus ojos de este a oeste cinco veces seguidas buscando asegurarse que las personas a su lado aun respiraban. El ruido del aire acondicionado se fue alargando y frenando así el trajinar monótono del minutero en el reloj. Nadie sentía nada, ni sed, ni hambre. Perdidos en la sala, no percibían el paso de las horas. Solo el oxigeno alimentaba esos cuerpos. Y pensar, tampoco podían pensar. Sentados, rectos, cabizbajos y en transe. Esperaban su turno, sumisos, únicamente sabían que debían esperar que su apellido rebotase en las paredes, en el techo, en el cuadro, en el reloj, en el equipo de aire que, al influjo de su ruido, marcaba el ritmo de la espera. La inocua e indolora espera. No se percibió el nuevo y leve resplandor. El aparato de aire con su tos eléctrica aceleró la velocidad gomosa del aire. La puerta se entreabrió, Frones fue el siguiente en perderse tras la puerta que, insaciable, seguía modificando el paisaje. Ahora eran siete. Nadie habló, ni preguntó, la distancia entre los que aun esperaban se comprimía sin que lo notaran. Eran cuatro enfrentados a otros tres, envueltos en la ciénaga donde abandonaban todos los deseos. La sala acercaba cuerpos pero no almas, almas mudas y perdidas en un lugar donde los pensamientos rotos y desarticulados eran como entes flotando en una gravedad atornillada al techo. Nieves, seis, otro abandono en la espera cronometrada. Lentamente se adormecían las lenguas, los ojos, y las piernas se les iban hundiendo en el piso húmedo. Salerno, otro guiño rojizo en las fauces del cuadro incrustado en la pared que se movía mínima e implacable acercando los espacios sobrantes. Carmona. Regueira. Antúnez. La voz afectada salía detrás de la puerta y el ritmo cadencioso de la orden: solo media hora y luego debe retirarse, iba perdiendo sentido, Al fin de cuentas nadie salía. El tiempo no se detenía. Nadie regresaba, nadie entraba. El ojo de la cerradura reflejaba en el suelo una claridad que provenía desde el otro lado de la puerta y hacía sombra sobre el piso cada vez más cargado de agua, que las baldosas, ahora movientes, escupían desde sus uniones. Las paredes se fueron tiñendo más y más de rojo, eran en un puzzle asfixiante. El ruido monocorde del aire acondicionado comenzó a desparecer en el aire espeso de la sala de espera. La diferencia entre la puerta de entrada y la de salida se iba borrando, la luz que caía desde el ojo de la cerradura mostraba la diferencia, pero nadie lo notaba, esperaban, solo esperaban. Los ojos en blanco y negro de quienes quedaban se confundían en el cuadro, en el reloj, en el agua desparramada sobre el piso que  se iba pigmentando de rojo. Bermúdez se hundió tras la puerta y en la última media hora, perdido en su espera Lemos, se olvidaba de vivir, como todos los que habían esperado. El aire acondicionado se retorció en un último suspiro, cuando dejó de funcionar. El reflejo del ojo de la cerradura se apagó sobre el agua colorida. El cuadro cayó al suelo formando pequeñas olas que rebotaron el la habitación de menos de dos metros cuadrados. El reloj explotó en silencio, se partió en mil pedazos y restos de arena fosforescente se esparcieron en el aire. En la cabeza de Lemos, casi a punto de explotar, nació el pensamiento de intentar respirar, de pensar en cosas que ya no pensaba durante esa espera inútil, estéril. ¿Que estaba haciendo? ¿Que estaba esperando en esa sala sofocante y maldita? Había olvidado a que había llegado hasta ahí y porqué se había sentado a dejar que el tiempo y las personas a su lado pasaran sin preguntar, sin hablar, sin mirar ni ser mirado. Estaba solo, aguardando que su apellido fuese pronunciado por una voz desconocida desde atrás de una puerta que ansiaba devorarlo, como a todos. Esos que en lapsos de media hora se perdieron entre chispazos rojos y macabros. En ese instante se resistió a ser tragado, picado y masticado. Su carne tenía precio, marca y etiqueta. Comprendió que su cuerpo y sus manos ya no producían las partículas necesarias para el desarrollo incesante y caníbal de la cadena vital. El era otro de los eslabones oxidados, sustituibles, perdidos y olvidados. Lemos vio el sutil reflejo rojizo y se negó a cerrar los ojos. Escuchó su nombre tras la puerta semiabierta de la habitación de tan solo un metro cuadrado. Se levantó de su asiento minúsculo y se dejó caer al suelo zambulléndose en el agua escarlata. Se dejó escapar entre las grietas de las baldosas quebradas evitando ser aniquilado tras la puerta, por la que todos cada media hora desaparecían.

 

 

fino.

Diciembre 2021.

jueves, 16 de diciembre de 2021

Quimicamente enfermos.

                                                         

Recién bañada volvió a su cuarto descalza y con el pelo mojado envuelta en una toalla. Yo había quedado esperándola escuchando un disco de Páez que no paraba de girar en la bandeja, en nuestras cabezas. Dejó caer la toalla empapada y se quedó desnuda de espaldas a mí. Otra vez desnuda cerca de mí, pero esta vez era diferente, completamente diferente. Ya no podía tocarla, ni acariciarla, no podía rozar con mi lengua sedienta sus pechos hermosos, ansiados. Yo la amaba, ella ya no. Para ella era natural, no para mí que alucinaba loco de amor y deseo. Se peinó frente a un espejo que me la mostraba por todos lados impidiéndole a mi angustia morir. Al volver ella había dejado sobre un mueble lleno de frasquitos, cuadernos, libros y   otras mil cosas, una hipodérmica cargada con tres centímetros cúbicos de anfetaminas destiladas. Era mi turno. En sus ojos desorbitados explotaba su mundo interior, en su cabeza quién sabe qué otras cosas. Tal vez esas palabras que todavía no se atrevía a decirme y que yo, resignado, esperaba sentado sobre su cama. La conocía. Sabía lo que venía: más distancia, más dolor, soledad, abandono y desamor. Se peinó paciente y enroscada, buscando en el aire las palabras justas con las que darme el golpe final. El disco seguía girando, sonaba “Alguna vez voy a ser libre”, toda una premonición. Ella, sin ninguna prisa, buscó una de sus tangas minúsculas en un cajón, eligió una blanca con encajes, imperceptible. Separó de a poco las piernas y me extravié en su pubis apenas sombreado, otro motivo de mi herida. Luego cubrió su cuerpo con una remera azul que desbocada se desbordaba por sobre su hombro izquierdo. Que linda era, cuanto la amaba. Cuanto la amo. Encendió un cigarrillo, de sus labios entreabiertos se escapó una cortina de humo azulado y esa manera de quebrar la muñeca para sostenerlo entre sus dedos me dejó en llamas. De ida y vuelta sensual, hasta el infinito. Ella era el fuego. Giró hacía mí enmarañando su pelo recién peinado, incrustó sus ojos enfermos de sinceridad en mí cara vencida frente a su felina y natural lujuria. Me preguntó si estaba listo. Dije que sí, y le ofrecí mi brazo derecho. Ella, paciente, buscó mi vena y clavó la aguja llevándome en un flash hasta el cielo-infierno. Dejó que me recostara, y que millones de lucecitas eléctricas y coloridas se desparramaban a toda velocidad bajo mis párpados cerrados. Mi corazón bombeaba imágenes, paisajes y millones de palabras que iba guardando para cuando me desbocara sin piedad sobre una hoja en blanco. Respiré profundo, muy profundo y me zambullí en la despedida de nuestra última noche en vela. Sabía que no volveríamos a vernos dentro de ese cuarto, ella semidesnuda, yo desnudo, herido, abandonado a mi suerte y sin su amor. Después de algunos minutos me pidió que saliéramos a caminar. A pura adrenalina y envueltos en la penumbra de la madrugada, nos perdimos entre las calles de la ciudad, rumbo a la rambla y con una botella en la mano. Estábamos en comunión, conectados, intensos. Dije que la iba a extrañar, que por más que todo terminase así nunca dejaría de amarla. Ella repitió la frase que me había cansado de escuchar saliendo de su boca divina. Por un instante la odié, como nunca la odié, a ella y a la maldita frase: “Si amas a alguien déjalo libre. Y yo te amo”. Mientras caminábamos mi mirada barrió el suelo y en mi boca se atragantaron las ganas de decirle que todo eso era una estupidez, que eso no se trataba de amor. Se trataba de que ya no me amaba. Que yo no era suficiente, que se le habían agotado el deseo y la paciencia. Que yo era otro. Que ella era otra y que eso era mejor que mentir y adornar con palabras bonitas o pensamientos elevados la cruda verdad. Ya no me amaba. Pero todo eso murió en el pico de la botella mientras que, sentados en la arena y químicamente enfermos, esperábamos la salida del sol. Vaciamos la botella, me besó por última vez en la boca y me dejó desparramado sobre la arena. Una vez más apreté los ojos, y mientras algunas lágrimas la despedían para siempre, la luz naranja del sol naciente me quemó los párpados. Ese incendio que llenaba de luz el telón de mis ojos me llevó unas horas atrás en el tiempo, al precioso instante en que pinchó con la aguja afilada mi vena inflada. A cuando la sangre estalló dentro del cristal dibujando un mapa deforme y rojo en líquido encapsulado. El mapa indefinido del precipicio pintado de éxtasis, misterio y abandono. Sin darme cuenta sonreí, comprendí que ella también era una droga y que nunca más las volvería a probar.

 

fino.                     del libro: Mil Bares

Diciembre 2021.

Música de fondo: Alguna vez voy a ser libre - Fito Páez.